El País, 2 de abril de 2006
Margarita
Lozano presume de sus 75 años cumplidos el mes pasado y de su talla
60. Toda ella sigue siendo hermosa, como cuando fascinó hace décadas
a directores teatrales como Miguel Narros o Luis Escobar o
cinematográficos como Pasolini, Buñuel o los hermanos Taviani.
La
actriz sólo se ha subido a los escenarios en tres ocasiones en los
últimos 40 años. Ahora no se lo esperaba, ni lo buscaba, pero ha
vuelto con La
casa de Bernarda Alba, de
Federico García Lorca, con la que acaba de iniciar una gira de quizá
dos años que la llevará por numerosas ciudades españolas. Las
primeras han sido Santander, Lorca y Alicante. Las próximas serán
Palencia, Segovia, Ávila, Sevilla y Soria.
Se
ha puesto bajo la batuta de Amelia Ochandiano, del Teatro de la
Danza, lo cual significa que ha consentido que la dirija alguien que
no es Miguel Narros. "Me embaucaron porque son maravillosas",
dice de la directora y la productora, Chusa Martín de Entrecajas.
"Así que terminé aceptando".
Cosa
rara porque Lozano vive felizmente aislada entre una casa azul en
Puntas, a un kilómetro de un pueblo de 40 habitantes, en la costa
murciana, y un caserón del siglo XVII, al que llama el convento, en
las afueras de Roma."Allí no me entero de nada, he logrado
estar hecha una paleta y parecer tonta, pero es que ésta es otra
forma de vivir que me encanta, pero entre el aislamiento y la vejez
me estoy volviendo hasta cerril", dice esta actriz alegre y
entrañable con la gente, al menos con los que le gustan.
Lozano
nació por casualidad en Tetuán, ya que su padre, militar, estaba
allí destinado, pero se considera de Lorca (Murcia). "En
realidad, soy mora, castellana e irlandesa", afirma rememorando
los orígenes de sus antepasados, "con esa sangre ha salido lo
que ha salido: de loco a loco". También se considera muy árabe:
"Me embriago con un olor y tengo que tocar la textura de las
cosas", aclara.
En
Italia ha realizado una brillante carrera cinematográfica de la mano
de Pasolini, Bolognini, Nelo Risi y, sobre todo, los hermanos
Taviani, aunque también ha trabajado para realizadores españoles
como Luis Buñuel, Rovira Beleta, Mario Camus o Gutiérrez Aragón.
En España brilló con luz propia en el teatro de los años cincuenta
y sesenta, como actriz de cabecera de Narros, cuando no quería
trabajar en los teatros nacionales: "Estaba contra el sistema y
me parecía una incongruencia cobrar de ese sistema que tanto
atacaba". Aquello fue después de abandonar el domicilio
familiar, diciendo que iba a trabajar en el mundo de la moda y no
confesar que iba a ser actriz.
Es
poco amiga de entrevistas y apenas las ha concedido a lo largo de su
vida. "Me gusta hablar de mis cosas con mis amigos, pero no
entiendo qué le puede interesar de mí a otras personas",
apunta.
También
habla mucho con su hijo Paco, nacido de su matrimonio con un
ingeniero italiano que durante 40 años le llevó el desayuno a la
cama y con el que vivió felizmente hasta el fallecimiento de él.
Por ambos abandonó su carrera durante 12 años y con ellos estuvo en
Madagascar, Alto Volta (hoy Burkina Faso), Marruecos y otros países.
Fue cuando cayó perdidamente enamorada del continente africano.
Su Bernarda es
como la entendió Lorca. Una mujer que había atraído poderosamente
a los hombres, lejos del estereotipo tantas veces repetido
de bernardas hombrunas
y bigotudas. Y no tienen nada más en común. "Ella significa
todo lo que detesto y contra todo lo que he luchado, la quiero
representar de manera que la gente cuando me vea quiera prenderme
fuego", señala.
Y
en este trabajo, como en todos los suyos, no hay escuelas ni
metodologías. Sigue utilizando los mismos recursos que cuando
William Layton, introductor del método Stanislavski en España, dijo
de ella: "La Lozano no tiene ningún método...", y añadía
inmediatamente, "ni falta que le hace".
Ella
repite una y otra vez que "todo lo he aprendido con Miguel
Narros", con el que ha trabajado en una veintena de
espectáculos. Pero también hubo otros directores como José Luis
Alonso, Ricard Salvat, González Vergel o Luis Escobar. Luego están
sus otros maestros vitales, como Miguel de Unamuno, al que considera
su "maleducador". En su mesita de trabajo tiene, además
de El
Quijote, El
cristo de Velázquez, cuyo
prólogo para La
vida de Don Quijote sigue
siendo su pequeña biblia.
Cree
que no debería hacer teatro porque le tiene demasiado respeto: "Es
en el teatro donde se pueden conocer todas las culturas, toda la
historia, pero no puedo hablar mucho del teatro porque lo que sabía
lo he olvidado y lo que hay ahora no lo conozco... Yo sólo quiero
hacer lo que me gusta, que es muy simple, ya que consiste en no hacer
nada, vivir con horarios libres, viendo a gente sencilla y entrañable
y con la sensación de que el tiempo es mío. En Puntas estoy
envejeciendo de maravilla", dice.
Si
se le señala que es un acto de arrojo someterse a su edad a la
dureza de una larga gira y después de estar décadas sin hacer casi
nada de teatro, añade: "Lo de ponerme a hacer teatro no es un
gesto de valentía, sino de auténtica insensatez".
Esta
mujer de mirada feliz sólo frunce el ceño cuando habla de la
sociedad actual, con un término que dice tomar prestado de
Aranguren: "Siento un gran desencanto, aunque no debería opinar
porque vivo muy aislada, pero me avergüenzo profundamente de lo que
veo y oigo, sobre todo en televisión, gente maleducada metiéndose
en la vida del prójimo, duele mucho verlo".
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José Tomás