El País, abril de 2007
¿Cuánto
hay de cierto en La
casa de Bernarda Alba? Leyéndola
a sus amigos, Lorca les dijo: "Mirad, mirad, ni una gota de
poesía. Es la pura realidad". Ni tragedia ni drama: un
documental, añadió más tarde. Su protagonista está inspirada en
Frasquita Alba, vecina de Asquerosa, pueblo granadino que tras la
Guerra Civil fue rebautizado como Valderrubio para evitar a sus
naturales el gentilicio que les había caído en suerte. La casa de
Frasquita y de sus hijas, fruto una de ellas de su primer matrimonio,
daba patio con patio con la del tío de Lorca y compartía con ella
un pozo seco en cuyo brocal el poeta se agazapó a menudo para
escuchar las disputas de las chicas. Cuenta Marcelle Auclair
en Enfance
et mort de García Lorca que
un tal Pepe de la Romilla pretendía a la mayor, rica heredera,
mientras amaba a la pequeña en secreto. Como el modelo de los
personajes de La
casa de Bernarda Alba era
tan evidente, la familia del poeta intentó convencerle de que les
cambiara el apellido. Los García y los Alba, terratenientes, fueron
rivales y tuvieron no pocas disputas. No estaba el horno para bollos.
Entre las causas que precipitaron el asesinato de Lorca, se añade
la vendetta por
haber escrito esta obra.
La
casa de Bernarda Alba tiene
una dimensión realista y otra simbólica: está más cerca de Casa
de muñecas que
de La
malquerida. La
pugna entre su protagonista y Adela, la benjamina, es la de Eros y
Tanatos: el deseo frente al qué dirán. En España se ha montado de
maneras opuestas. Juan Antonio Bardem presentó una Bernarda fría,
astuta y refinada. Ángel Facio le dio el papel protagonista a un
actor para subrayar la distancia entre víctimas y verdugo. Tanto en
su montaje portugués, estrenado al poco de morir Oliveira Salazar,
como en el español (con Ismael Merlo), recién enterrado Franco, se
podía entender que el destino del país y el de aquella casa corrían
parejos. Ya en los ochenta, en la puesta en escena de José Carlos
Plaza, tan luminosa, las hijas son víctimas unas de otras y
Bernarda, una excusa para que nada cambie. Calixto Bieito colocó en
su montaje una trapecista desnuda, símbolo del deseo reprimido. El
montaje de Amelia Ochandiano, que ha llenado el Centro Cultural de la
Villa de Madrid durante un mes, está marcado por el físico
desbordante y el vozarrón opaco de Margarita Lozano. Su Bernarda no
necesita mostrar que es más fuerte que sus hijas. Salta a la vista.
Sin dejar de ser mujer, tiene el poderío de un hombre. No hay quien
le tosa. María Galiana interpreta a Poncia con naturalidad
adjetivada por gestos amplios. Es un pívot repartiendo juego sin
parar. A la tercera escena tiene al público en el bolsillo. Aurora
Sánchez, sorpresa de la noche, encarna a una primogénita de voz
irritante y andares cómicos, ganso en un corral de gallinas. La
falda de Doña Urraca que le ha calzado María Luisa Engel le viene
al pelo. Nuria Gallardo (Martirio) está para recortarla: emotiva en
los momentos álgidos, excedida en las transiciones. Hay algo que
aleja a Candela Fernández de Adela: la entonación, la manera de
pronunciar las eses. Peros aparte, esta función pasa batería de
largo y tiene momentos de brillo. Su directora no se complica: va a
contar lo que hay de un modo sencillo y claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en el blog "Lengua y corto"
José Tomás