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En
Valderrubio -en esa época aún se llamaba Asquerosa- los hermanos
García poseían, en la calle Ancha, dos casas.
En
esa misma calle vivía una viuda, Frasquita Alba, con sus cuatro
hijas. Después de la muerte del padre, la madre las secuestró
detrás de las persianas cerradas. No salían nunca, salvo para ir a
la iglesia, ocultas bajo velos negros, y no podían respirar más que
en el corral o en el patio, lugar muy chico, cuya puerta, apenas del
ancho de un carrito, daba sobre una calle lateral.
La mayor de las hijas, nacida del primer matrimonio de Frasquita, era fea y rica. Atraído por su dote, Pepe de la Romilla, el muchacho más guapo de Asquerosa, la pidió en matrimonio y fue autorizado a hablarle de amores ante la reja de la ventana. Una vez este deber cumplido, se reunía, en las tinieblas de la noche, con la hermana más joven, Adela, tan atrayente cuanto sin dinero.
Esta
historia fue para Federico, como para el pueblo, una delicia. La casa
de su padre estaba en frente de la casa de las Alba. En cuanto el
poeta llegaba era la atracción de Asquerosa, tanto para las hijas de
Frasquita como para las demás, y nada le divertía tanto como ver,
cuando pasaba, cómo casi imperceptiblemente se movían las ventanas
y las recluidas miraban. También se divertía cantándoles vestido
de pijama azul y sentado en el umbral acompañado por la guitarra:
¡Asómense
a la ventana!
¡No
miren por las rendijas!
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José Tomás